Niños sin infancia


Nada impacta más a los ojos del turista en África que la visión de niños y niñas sin infancia.

En un país y en otro, con apenas diferencias, es fácil contemplarlos arrastrando sobre su cuerpo la pesada carga de sus responsabilidades desde casi la cuna. 

Ellos y ellas contribuyen a la economía familiar al mismo tiempo que aprenden las tareas que habrán de realizar el resto de su vida. Un aprendizaje que las más de las veces se realiza sobre el terreno, porque no hay tiempo, ni escuela, ni medios que les permitan el total desarrollo de sus capacidades, ni a sus países salir del subdesarrollo en el que se encuentran inmersos.

Una mirada superficial, desde nuestro eurocentrismo, sólo despertaría en nosotros emociones y sentimientos parecidos a la compasión o el paternalismo al imaginar la dureza de su vida cotidiana. Basta un poco más de luz, una mirada más atenta, para descubrir la paradoja de que sus carencias poseen la abundancia de lo que a nosotros tan autosatisfechos nos falta, y que nos trae de nuevo a ese lugar común de que el dinero no hace la felicidad.

Nuestros niños y niñas han nacido en la facilidad y la abundancia de bienes materiales y caprichos, pero en esta sociedad de la prisa, en muchos casos son sólo mendigos disfrazados de riqueza. Mendigos que piden atención, cariño y en suma, tiempo, ese tiempo del que carecemos en la vida acelerada que nos ha tocado vivir. 

En África, como entre nosotros, hay niños y niñas tristes mientras que otros irradian felicidad y alegría. Colonialismos de épocas pretéritas y de nuevo estilo han empobrecido sus países, han roto fronteras naturales y condenado a entenderse a etnias históricamente irreconciliables, sin embargo hay algo que no hemos logrado ni lograremos arrebatarles, que es la alegría y la fuerza de sus niños y niñas. AFORTUNADAMENTE.



El aguador
Como un adulto, el pequeño dogón transporta con una carretilla bidones de agua desde el pozo comunitario hasta el lugar donde nos alojamos. En Koundou, Malí.


No es un juego
El cuidado de hermanos más pequeños es una de las tareas que suelen realizar las niñas. 
A veces es muy pequeña la diferencia de edad entre ambos.
En un poblado próximo al Nilo Blanco en Uganda.


La escuela de la vida
Desde muy pequeñas, las niñas aprenden a transportar el agua sobre su cabeza sin que se derrame, un aprendizaje que requiere la máxima concentración.
En un poblado próximo a la ciudad de Gaoua, Burkina Faso.


Mirada
El mercado de pescado junto al lago Awasa es todo un mundo en el que se mezclan pescadores en sus barcas, niños que limpian pescado o arreglan las redes, pelícanos que acuden al lugar para alimentarse con los restos, mujeres preparando comida, pescadores lavándose en las orillas del lago o lavando su propia ropa...
En medio de todo el caos aparente de este pequeño mundo, la mirada de este niño no deja indiferente a nadie. 
En Awasa, Etiopía.


El pequeño dogón
En Bandiagara, Malí, territorio Dogón.


Aún puede jugar
No es frecuente ver niños ociosos en África.
En Malí.


Emociones
Nunca los regalos materiales podrán sustituir el cariño, la preocupación y el amor de un padre hacia su hijo.
Cerca de Kampala, Uganda.


Todo se recicla
Cualquier cosa inservible, aún es buena para jugar.
Cerca del nacimiento del Nilo Blanco en el lago Victoria, Uganda.


Vendo tomates
¿Cuántos Einstein, Shakespeare o Marie Curie de piel oscura se han perdido para la humanidad?
¿Puede salir adelante el continente africano sin personal cualificado, sin médicos, sin ingenieros, sin profesores...?
¿Puede salir adelante un continente si sus niños –y más aún las niñas- no pueden ir a la escuela?
¿Tendremos alguna responsabilidad en el retraso que sufre el continente?

Escribe Javier Reverte en su libro “El sueño de África”: “Tan sólo entre los siglos XV y XIX, unos 15 millones de esclavos salieron embarcados de sus costas hacia otros continentes. De ellos, millón y medio murieron en el camino. Pero no existen cifras concretas de aquellos que no llegaron nunca a ser embarcados, los que murieron en los asaltos de los negreros a las aldeas ignoradas y los que fallecieron en las penosas marchas de las caravanas que los transportaban encadenados hasta las costas. El corazón se nos congela cuando hacemos un cálculo aproximado.”
Toda la riqueza humana y material de un continente puesta al servicio de otros.
Y lo peor de todo es que –aunque más sutil- sigue siendo así.
En el mercado de Po, Burkina Faso.


La pasarela de la vida
En el mercado de Pô, Burkina Fasso


Masai de ojos tristes
¿Qué nubes oscurecen tu corazón y tu mirada?
En la boma (poblado) masai. Tanzania


¿Hay algo más bello que su sonrisa?
Una sonrisa que sale del corazón es mucho más que una expresión espontánea de felicidad. Es también, y sobre todo, un gran regalo para los demás, el regalo de alguien con mucha riqueza interior. 
A pesar de la dureza de sus condiciones de vida, la sonrisa espontánea ilumina con frecuencia el rostro de muchos niños y niñas en África.
En Pô, Burkina Faso.

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2 comentarios:

  1. Ay, que imagenes tan bellas, con esos angeles, y que denuncia tan tremenda...

    Impactante, amiga

    Un abrazo

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  2. Me uno al comentario de Ildefonso.
    Unas imágines que hablan por si solas.

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